la misma hora. Cada día igual, ir a por agua y robar algo de la huerta. Un día unas violetas, otro día una fresa. Lo peor fue el día que confundí un rábano con una mala hierba. El dueño lo había dejado bien claro: puedes coger las malas hierbas, pero no toques los rábanos. Yo iba buscando crucíferas, en un mundo en el que tienes que evitar las compuestas, porque no tienes posibilidades de clasificarlas, las crucíferas son una bendición. Prácticamente se colocan solas.
Yo no sabía que los rábanos eran crucíferas, lo descubrí en aquel momento, ¿Cómo una flor tan simple puede cubrir un sabor tan picante? Lo que más me sorprendió, en el momento en que la piel fucsia del rábano asomó la cabeza fue que aquella flor blanca, anodina y fácil de clasificar, escondiera una raíz tan brillante.
Desde ese día empecé a interesarme por la botánica. Siempre quise ser una experta y nada mejor que crear mi propia huerta, desgraciadamente no tengo donde hacerlo. Ni siquiera el mísero rectángulo de mísero césped que mi prima llamaba “el jardín”. Sólo tengo unas cuantas macetas: una petunia, dos potos, una verde con muchas hojas que me encanta, otra que parece una cinta y que me recuerda a las plantas textiles, las hojas, largas, se van secando por el extremo, pero no sirven para trenzarlas, son quebradizas. También tengo tres macetas de pilistras (las conocidas aspidistras de otros lares) y dos de plantas carnosas que me encantan pero están completamente llenas de cochinilla.
En un tiempo disfruté de una huerta-jardín. Son muchas las formas en las que una huerta puede hacer disfrutar a sus dueños: la siembra, la espera, la cosecha… Hay un momento que me parece especialmente reconfortante: arrancar las malas hierbas. Las dejo crecer, hago que se confíen, que proliferen, que lo invadan todo y entonces, sin piedad, tiro de ellas y las arranco.
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Trébol de cuatro hojas. 2011. Web. 5 Dec. 2011. <http://dibujosfotoseimagenes.blogspot.com/2011/04/trebol-de-cuatro-hojas.html> |
Cuando tenía mi huerta tenía una alberca en ella. Era redonda, estaba pintada de azul y en el fondo había dibujadas medusas. No sé quién las habría dibujado. Yo ya las encontré así. Las medusas son antipáticas para todo el mundo, Puede que fuera un intento de que nadie se bañara, de reservar el agua, limpia y fresca, más limpia y más fresca por el azul que la contenía para alimentar las plantas. Había algunos árboles en torno a mi alberca, a mí me gustaban dos: un sauce llorón, que se derramaba alrededor y sobre ella, que inclinaba sus ramas hasta rozar el agua con algunas de sus hojas. Siempre creí que bebían directamente allí, que eran estas ramas las que alimentaban a las raíces, y no al revés. El otro árbol que me encantaba era un chaparro: una encina centenaria que parecía vigilar el lugar y bajo cuyas ramas pasé un montón de tardes de buena compañía, tardes de caricias y descubrimientos.
Todo se torció un día. No hubo retorno. La alberca dejó de serlo y se convirtió en una vulgar piscina con un delfín que se llamaba Flipper pintado en el fondo. El llorón y el chaparro sucumbieron al hacha y al fuego. Alimentaron las noches de un invierno: con cada trozo de madera parecía quemarse una tarde de verano. Por eso ya no hay veranos como aquellos. Por eso se han acabado las tardes soñadoras. Ya no hay raíces que las sustenten. Ahora solo tengo once macetas y algunas llenas de parásitos. Como yo. Parásito en las huertas ajenas, robando una fresa, una violeta, o arrancando un rábano.